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Historia de unos días

Día Siete

¿Por qué, por qué tiene que desaparecer Día Siete?, me preguntó una amiga, muy compungida; una lectora convencida de la revista.

Le respondí: porque tú ya no estás comprando periódicos impresos. Porque yo no compro periódicos impresos.

“Tú y yo –le dije–, estamos encantados con nuestros celulares, con nuestras iPads y las compus de nuestras casas. Estamos felices con Facebook, con Twitter y con la posibilidad de tener al instante New York Times, The Guardian o The Economist como no lo tuvieron nuestros padres”.

Y sí, estamos encantados. Y poco a poco, en México y en el mundo, abandonamos el papel periódico. Ya casi ni se le ve en los mercados. Ya ni siquiera me encuentro periódicos en cucuruchos para el kilo de tomates.

Éste y otros motivos llevaron a que los socios de Día Siete decidieran dejar de circular la revista. Once años de llevar cultura de norte a sur por la República Mexicana. Decenas y decenas de periodistas tuvieron empleo gracias a este proyecto. Decenas y decenas de fotógrafos, escritores, ilustradores, editores independientes nos permitieron llevar a este país una visión fresca del acontecer.

Calculo que imprimimos 150 millones de ejemplares en estos años. ¡150 millones! Casi 1.5 por cada mexicano. Imagínense el impacto que tuvo este esfuerzo. Puf. Brutal. Yo sólo tengo agradecimiento para con los socios que confiaron en nosotros; agradecimiento con Jorge Zepeda Patterson, mi amigo, quien me invitó a diseñar, lanzar y dirigir este proyecto que ahora, después de muchas glorias y sueños alcanzados, dice adiós.

El grupo de periodistas, incluso todo el personal de Día Siete nos mantenemos unidos para varios proyectos. Faltaba más. O qué, ¿pensaban que nos iríamos a nuestras casas a rascarnos el trasero? Ahora todo el talento, todo el esfuerzo, todo el empuje de este grupo de amigos y colaboradores será para dos o tres proyectos que tenemos entre manos. Uno de ellos, quizá el más importante, es SinEmbargo.MX. Su crecimiento exponencial en sólo seis meses nos confirma que el país quiere más que esa oferta que hay en Internet. Más. Métanse a Alexa.com y vean cómo ha crecido SinEmbargo.MX. Nos sentimos orgullosos. No vamos a defraudar esa confianza, créanlo.

Yo les diría, amigos lectores: Denle una buena oportunidad a SinEmbargo.MX. Que se rebose de usuarios para que sirva de contrapeso a los gigantes online que acaparan lectores y que, por lo tanto, pueden manipular información a favor de un partido, de una empresa, de un gobierno, de un puñado de políticos corruptos, de un monopolio y de quien pague mejor.

No digo que lo hagan; digo que podemos evitarlo, si le damos oportunidad a los proyectos alternativos.

Es más: Denle oportunidad a los otros proyectos independientes que están por allí. Visiten a diario, para informarse, no sólo SinEmbargo.MX sino reporteindigo.com, de Ramón Alberto Garza; animalpolitico.com, de Daniel Moreno; adnpolitico.com, de Expansión, con Rosana Fuentes-Berain. Recomendaría otros pero no me atrevo; sospecho de la honestidad de quienes los dirigen. Pero allí están esas cuatro opciones. Vamos a apoyarlas. Ustedes pueden evitar los monopolios de la información. Ustedes pueden castigar y premiar el buen periodismo. Háganlo. Participen de la democratización de los medios. Hagan suya la gran herramienta que tienen en sus manos y decidan por más.

Mmmh: Día Siete. Once años y casi 600 ediciones. Puf.

¿Me da tristeza Día Siete? Sí. Y no. Hicimos cuanto pudimos. Ayudamos a miles a entender muchas cosas. Y llegamos felices al final.

En casa de Jorge Zepeda nos reunimos una noche Fernanda Solórzano y yo para afinar los últimos detalles del lanzamiento de Día Siete. Recuerdo cuánta emoción teníamos ella y yo. Estábamos felices. Pero ni siquiera teníamos idea de lo que estábamos fundando. 150 millones de ejemplares después puedo decir que todavía no digiero lo que hicimos.

Si en estos momentos me dijeran “hagamos un nuevo Día Siete” me reiría. Les desearía mucha suerte pero me haría a un lado. A un lado, así como lo leen. No sólo porque hay experiencias irrepetibles sino porque la misma inercia que ya acabó con la revista (ese conjunto de factores, los que sean) acabará con el proyecto que intente sustituirla. Es inevitable. Quienes creen que tienen control sobre todas las variables se equivocan. No tienen un carajo. No tenemos un carajo.

Contento, animado, lleno de energía y con las fuerzas de un toro, me queda despedirme y decirles que aquí estoy, que aquí estamos.

Vengan. Acompáñenos. Esto que se va a poner bueno.

Por lo regular no defraudamos.

El día en que fui funcionario público

Salí de casa porque los perros estaban volviéndose locos con el ruido de la banqueta, y vi que los vecinos corrían hacia la esquina que hacen las calles de Zamora y Juan Escutia, en la Condesa, en el DF.

Ya había varias patrullas allí. Caía la tarde pero las nubes oscurecían el cielo, haciendo que las torretas dieran la idea de que algo muy grave estaba sucediendo.

Regresé a casa. Dejé a los perros y tomé un paraguas y una libreta. Vicio de reportero, buscar y cargar la libreta aunque ni siquiera traiga pluma. Volví a la calle con ganas de conocer la verdad.

En esa esquina construyen una vecindad que venden a precio de oro sólo por estar a diez cuadras de un parque o a otras cinco una avenida arbolada. Han sacado toneladas y toneladas de tierra porque hacen un estacionamiento para decenas de autos. Y en su intento por obtener provecho de cada milímetro cuadrado, se olvidaron de que tienen vecinos.

El suelo se hundió. Hubo un derrumbe que dañó un edificio contiguo y que obligó a cerrar, hasta hoy, a varios negocios. Entre ellos mi peluquería.

Esos detalles lo conozco ahora.

En esos momentos iba a ciegas.

Doña A, que vive cerca de allí, ya estaba en la escena con uno de sus hijos. En cuanto me vio llegar corrió hacia mí.

–¡Llegó el licenciado! –dijo. Me dice “licenciado”. En los 1990, cuando trabajábamos en El Economista, todos nos decíamos “licenciados” y alguno que otro alcanzó el grado de doctor, como Rita Varela. Eran años del positivismo salinista; nos reíamos. Fuimos jóvenes.

–¡El licenciado! –la secundó alguien, y de inmediato se fueron hacia donde yo estaba.

Una pequeña bola de vecinos. Doña A tomó la palabra con naturalidad, como cuando me lee la lista de los pendientes en la casa: “Licenciado, falta pasta de dientes, y una escoba, y cloro, y los perros ladraron toda la tarde…” Esta vez el discurso de doña A, que suele ser inagotable, traía la nota.

–…Y como no les importa nada, licenciado, pues ya se hundió la tierra y seguro se va a caer el edificio de un lado…

Dale que dale doña A.

Noté a un hombre serio muy cerca de mí. Aguardaba su momento. Cuando doña A, que no suelta fácilmente el micrófono, hizo una pausa para respirar, entró él con voz doctoral.

–Mire, licenciado –me dijo–, mire: policías y policías. ¿Nos van a reprimir? ¿A eso vienen?

Después lanzó un discurso bárbaro sobre la represión y en contra de la presencia policiaca. Un ¡ya basta! con voz de Javier Sicilia que otros vecinos secundaron con comentarios fuertes, como: “Puro corrupto en la delegación”, o: “¡Que nos diga cuánto dinero recibieron por esta obra!”.

Ni manera de decir una palabra. En eso, se acercó un grupo de mujeres-policía a escuchar. El vecino se disculpó, al sentir la presencia policiaca: “…Y perdonen que esté algo tomado, pero estoy en mi derecho, ¿no, licenciado? O ya tampoco puedo beber…”.

Traté de decirle algo pero en eso retomó, ante la mirada cada vez más dura de las mujeres-policía, su discurso: “Esto no va a salir en Televisa ni en los periódicos porque ya tienen comprados a todos. Hasta al delegado…”, dijo.

Aproveché para preguntarle si vivía por allí.

–Pues claro –respondió, y se me acercó, retador. Otros vecinos también se acercaron comentando cosas entre ellos.

El hombre me dio con el dedo índice en el pecho dos, tres veces.

–Díganos de una vez de cuánto fue la mordida –me dijo.

–¡Sí, que diga! –dijo otro señor al que no había notado. Más chaparrito que él, traía un pedo rico, pero más notable.

–Díganos, licenciado –me insistió, y en eso intervino la autoridad.

–A ver, a ver –dijo la policía–, ya dejen al funcionario.

–Oiga, yo… –dije.

–¿Nos van a reprimir?

–Retírese, señor –respondió la agente, una niñota con cuerpo de policía y cara de buena persona.

–¡Díganos cuánto le dieron! –me insistió el señor. El señor también tenía cara de buena persona, honestamente.

Se hizo una pausa y pensé decirle que yo era otro vecino, y que a doña A le gusta decirme “licenciado”, pero pensé: este hombre va a ir a hacerme un platón afuera del departamento. Me quedé callado.

Unos goterones anunciaron el chubasco. Abrí el paraguas y se abrió sólo la mitad. Pinches paraguas del Metro, me dije. El señor abrió el suyo y parecía una carpa de circo que alcanzaba para varios, incluyendo al chaparrito que lo acompañaba.

Se acercó y me lo compartió con gusto. Nos encaminamos los tres a la banqueta sin que la mujer-policía dejara de observarlo entornando los ojos, como diciéndole: “Ándele, sígale y verá cómo le va. Desde acá lo estoy viendo”.

De doña A, ni sus luces. Allí me refugié un rato y la gente me veía. Seguro pensaba: “Pinche funcionario público no se merece ese paraguas”.

La lluvia arreció y calculé qué tan mojado llegaría yo sin paraguas a mi edificio. Muy mojado, me dije. Me valió. Salí corriendo en sentido contrario de las patrullas, la multitud y el hundimiento, y escuché en mis espaldas al vecino decir:

–¡Mírenlo! Ya se nos escapó. Nomás vienen a hacerse pendejos…

–Así son –dijo el otro, el más chaparrito.

De doña A, siempre en los mejores eventos de la colonia, nada.

Los perros me recibieron con fiesta en casa, como siempre. Me sequé con una toalla y encendí la tele. Nada en las noticias. Nada en Televisa ni en TV Azteca. Una notilla chafa en algún portal y ya. Pensé que el señor hacía lo mismo en su casa mientras se servía otra cuba. Alternaría el zapping con las mentadas de madre hacia mi persona, seguramente.

Hasta muy noche, Milenio TV difundió una nota. Yo buscaba dormir. Apenas la recuerdo.

A la mañana siguiente la calle estaba cerrada y el portero de mi edificio, al que le digo Cuco pero que no se llama Cuco y ni siquiera parece un Cuco, hablaba de funcionarios corruptos que permitieron esa obra. Un discurso muy parecido al de la noche anterior.

–¡Qué barbaridad! –le dije sin dudar un solo instante que algo de realidad había en sus palabras.

–Sí, licenciado. Eso andan diciendo…

Me dice desde hace tiempo “licenciado”, gracias a doña A. Le pido que me diga Alejandro pero no puede.

–Pues qué país, Cuco –le dije, antes de caminar hacia la bicicleta para irme al trabajo.

–Sí, licenciado –me contestó.

10 pasos para democratizar a nuestra prensa

Cada elección, sin falta, los ciudadanos se quejan de lo mismo: de la parcialidad de la prensa mexicana. Y cada elección escuchamos, nuevamente, la impotencia de ciertos políticos (los que pierden) y la incompetencia de las autoridades electorales frente a la parcialidad de ciertos medios.

No creo en la prensa “de centro” o “equilibrada y democrática”. Todos los medios tienen una orientación hacia un lado u hacia el otro hasta porque son hechos por individuos y los individuos somos, por naturaleza, animales políticos. La experiencia internacional nos confirma, incluso en las democracias más avanzadas, que esto es casi imposible. Hay un Le Monde y hay un Le Figaro. Hay un Washington Post o un New York Times o un Wall Street Journal. Hay un La Jornada, un El Universal, un Milenio o un Reforma, por citar. Y no está mal que cada uno atienda ciertos nichos; que tenga cierta tendencia. En todo caso, las sociedades deben ser democráticas; y los medios en su conjunto deben redondear una oferta democrática.

Pero cuando hay medios muy poderosos, con poder hegemónico o monopólico –como la televisión en México– es imposible que la oferta variada de todos los medios permitan un equilibrio. Si la televisión apoyará a Enrique Peña Nieto, los demás medios serán aplastados por esta posición y será imposible sumar, con el resto, un equilibrio. Y más si ciertos periódicos grandes también se van con el PRI.

Los tiempos han cambiado. Lo vimos este fin de semana: Aunque muchísimos medios no se atrevieron a difundir que Peña Nieto no pudo siquiera hablar de tres libros durante su visita a la FIL de Guadalajara –ah, paradoja, ¡iba a presentar un libro supuestamente escrito por él–, las redes sociales y muchos medios masificaron la información pasando por encima de cierta prensa “tradicional”.

Mi lectura: los ciudadanos pueden hacer mucho para impulsar la democratización de los medios. No digo “podemos” porque, al escribir este artículo, no debo incluirme en el genérico “ciudadanos”. Soy periodista, y por supuesto soy un ciudadano mexicano. Pero al argumentar usando este espacio estoy, por lo menos para este tema, del otro lado de la valla.

Por eso me he dado a la tarea de hacer una breve lista de lo que los ciudadanos pueden hacer para ayudar con su granito importantísimo de arena para fomentar la democratización de la prensa.

Con las redes sociales e Internet como aliados, los ciudadanos y los periodistas podremos jugar un papel crucial en 2012. ¡No lo desperdiciemos! Asumamos nuestro nuevo rol en la sociedad, y a darle duro.

Un México más democrático es posible si todos funcionamos como una democracia desde nuestras trincheras.

10 maneras de ayudar, como ciudadanos, a democratizar a la prensa

1. Acudir a fuentes alternativas de información. Hay que darle oportunidad a los medios alternativos. Busquen sitios o blogs que no sean los medios de siempre. Incluso, si pueden, huyan de los gigantes de la información y denle importancia a los proyectos medianos y pequeños. Eso rompe con los monopolios informativos.

2. Comparar el tratamiento editorial de los grandes sitios informativos entre sí. Hay que leer los grandes medios, por supuesto. Pero hay que procurar comparar el tratamiento editorial que se da a una misma noticia en un medio y en otro. Eso permite detectar tendencias. Desenmascara a los que intentan ocultar ciertos hechos o difundir ciertas noticas para beneficiar a alguien en particular o a cierto partido.

3. Utilizar los noticieros de televisión sólo como punto de referencia, y no como fuente principal. Desgraciadamente pocos mexicanos podrán hacerlo, dada la penetración que tiene la televisión frente a Internet o frente a los impresos.

4. Recurrir a las fuentes primarias. Si una agencia o un medio dan una noticia basada en ciertas fuentes calificadas, es posible buscar, porque casi siempre existen, los documentos originales que generaron tal noticia. Muchas veces, el documento original trae otras verdades, y se publican sólo las que benefician la posición editorial del medio.

5. Utilizar las redes sociales y hacerse amigos (Facebook) o seguir (Twitter) a las fuentes de información en las que se confíe. ¿No tiene cuentas de Facebook y Twitter? Suscríbase que no cuesta. Y empiece a buscar fuentes confiables. Siga a los líderes de opinión, a todos, y léalos y compare sus puntos de vista. Busque medios internacionales y siga, claro, los nacionales. Llénese de información, busque los puntos de vista más encontrados y forme su propia opinión.

6. Utilizar los espacios para comentar notas, artículos y reportajes. Opine. Contradiga o apoye, con argumentos, a los autores. Eso nutre la discusión ciudadana y matiza posiciones rotundas.

7. Debatir con los líderes de opinión en las redes sociales pero abandonar el anonimato. La segunda idea es importante: abandone el anonimato. Opine con su voz y con su apellido. Las redes están llenas de anónimos y rabiosos; no sea parte de ellos sólo por usar el anonimato. Como autor se lo digo: difícilmente leo un comentario cuyo emisor no está debidamente identificado.

8. Escuchar, ver y poner permanentemente en duda los anuncios de las campaña. Recuerde: los políticos quieren venderse como “lo máximo”. Si tienen que mentir para convencerlo, lo harán. Escuche y vea los anuncios porque es casi imposible evitarlos y son necesarios para evaluarlos, y luego dude de ellos. No crea todo lo que escucha de los partidos, no se compre posiciones sólo con la información que ellos proporcionan.

9. Castigar a los sitios de los que se dude. Si usted duda de un sitio en Internet, no lo vuelva a abrir sino por necesidad. Castíguelo. ¿Siente muy priísta o muy panista o muy gobiernista o perredista a cierto medio? Ciérrelo. No lo abra. Los medios electrónicos viven (vivimos) de los hits, es decir, de cada vez que alguien entra. Si usted castiga a un medio no visitándolo, y si muchos lo hacen, le darán una lección. Hágalo. Ejerza esa herramienta.

10. Leer y difundir la información que se crea útil. Incluso brincándose a los medios “tradicionales”. Si su periódico en línea o su sitio web no difundió cierta noticia, usted hágalo. Súmese a esos miles que, como este fin de semana, le dieron una bofetada a la prensa que no publicó lo de Peña Nieto en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

Sea, seamos parte del cambio. Hagamos que este 2012 los medios “tradicionales” se lleven por lo menos un susto.

Las redes sociales –habla ahora el periodista– nos han dado una gran lección: si no estamos con los ciudadanos, ellos nos abandonarán y harán su propio juego.

Castíguenos si lo merecemos. Y prémienos con su preferencia si lo hacemos bien.

Eso ayudará a democratizar a los medios. Eso ayudará, también, a construir un mejor país.

NARCOCORRIDOS EN UN BAR DE MAZATLÁN

PUBLICADO EN SINEMBARGO.MX

A principios de los 1990, un muy amigo mío, reportero de un medio internacional que me empleaba como freelance, me llamó para decirme que iríamos a Michoacán tras las huellas de un grupo conocido como “Cartel del Milenio”. Quería documentar que una familia había asumido el control del tráfico de una droga química que “se cocinaba” en esa región. Se refería a los hermanos Valencia y a las metanfetaminas.
El viaje fue muy aleccionador. Caminamos entre sembradíos de mariguana y estaciones de policía; un taxista nos llevó con un primo que “cocinaba” cristal o cri-cri en las afueras por Apatzingán. A nuestro regreso al hotel, el tipo de la recepción dijo que habían llegado varios sombrerudos a buscarnos. Nos localizaron. Nos fuimos casi a escondidas en otro taxi hasta Morelia. El reportaje se publicó. Los narcos no se atrevían a tanto; hacer periodismo de investigación era posible.
Recuerdo que en Apatzingán mi amigo me pidió que nos metiéramos al mercado a comprar casetes pirata. Buscábamos de los Tucanes de Tijuana. Me dijo, y no se me olvida: “Mi fuente de la DEA en el consulado me recomendó que los escuchara”. Le pregunté por qué Los Tucanes. Me respondió que estaban siempre actualizados. Que le cantaban a los capos que estaban en la cúspide. Que podríamos sacar buenos tips. Compramos de Los Tucanes y de cuanto grupo de narcocorridos encontramos. Sí, era como un curso intensivo del Cártel del Pacífico, hoy dividido en varias organizaciones criminales.
Me pregunté entonces: ¿Por qué la policía no busca a los malandros que salen en estos narcocorridos? Si los atraparan, me dije, los grupos musicales dejarían de tocarlos por ellos mismos, o porque los “jefes” se lo ordenarían. Pero nunca los atraparon; de hecho, un narcocorrido normalmente recorre las andanzas de un capo mientras está vivo, y queda como un libro abierto; cuando matan al protagonista se le agregan una o dos estrofas que detallan la manera “heroica” en la que falleció. Desde entonces y hasta hoy siguen tocándose esas loas a los narcos. Pienso, como pensaba en esos años, que si hubieran buscado a los protagonistas seguramente los narcocorridos no sonarían más.
Mazatlán me gustaba hasta hace poco porque era como el norte de México pero seguro, con mar y pescado fresco; con escritores interesantes (Juan José Rodríguez entre ellos) y periodistas honestos formados en el diario Noroeste que son la compañía ideal. Hace más de tres años que los editores José Pérez Espino y Rita Varela íbamos seguido a trabajar en el periódico local. Nos gustaba meternos a un bar equis con buena rocola y cervezas heladas. Qué buenas tardes aquellas.
Cierta vez, entró a ese bar una sección completa de metales; músicos realmente cultos. Maravilloso. Juan Arvizu, el doctor Ortiz Tirado y José Mojica con flautas transversales, clarinete y saxofones. Imagínense. En esas estábamos, cuando entró un grupo de pelones que se acomodó en lugares estratégicos. Antes de que alcanzáramos a ponernos nerviosos vino el director de esa pequeña orquesta de metales y nos dijo: “Las siguientes canciones que pidieron, vienen por nuestra cuenta. Nomás espérenos tantito”. Nos dio frío. En eso pareció un chamaco escoltado, lleno de cadenas de oro, que corrió de la puerta al escenario. Se acomodó y empezó a cantar horrible, como Valentín Elizalde. Dejó unos buenos dólares, saludó a todos, y se fue. Eran sólo narcocorridos.
Los músicos, seguramente egresados de la Escuela de Música de la Universidad Autónoma de Sinaloa –de las más prestigiadas del país–, eran desempleados y tocaban al mejor postor. Lástima, pensé: estudiar para clásico y tener que dedicar tu arte a iletrados caprichosos sólo porque traen dólares y andan armados.
El narcocorrido está incorporado en nuestra sociedad desde hace muchos años, por razones variadas. Derivación de los corridos que cantamos durante y después de la Revolución, siguen siendo lo que eran: cantos de juglares… que se pervirtieron porque la sociedad y el gobierno lo aceptó. Pero están hasta en nuestros huesos. Están, baste decirlo, en Word, programa el que escribo en estos momentos; no me subraya la palabra como mal escrita. Es parte del diccionario de Microsoft.
Ahora hay una corriente de alcaldes y gobernadores, principalmente los de zonas con mayor violencia, que quieren prohibirlos. Me parece una estupidez. Si los prohíben, por supuesto que seguirán; como las drogas o la piratería serán consumidos por millones, como todo lo que prohibimos por razones morales, éticas o por malentendidos. Pero además si permitimos que se les prohíba como parte de esta nueva corriente de conservadurismo que asola al país habremos aceptado que las prohibiciones funcionan, y no es así. Una guerra basada en esos principios nos ha depositado 40 mil muertos en las manos para confirmarnos en el tremendo error.
En lo personal, aborrezco los narcocorridos. No me causan gracia los narcos y la música es cada vez más chafa, de malísima calidad. Cualquiera que se inventa dos estrofas atrevidas se vuelve héroe con acordeón. Chafa.
Sin embargo, es un error irse contra los músicos o contra el gusto popular. ¿Por qué mejor no atrapan a los narcos que se mencionan en los narcocorridos? Los músicos dan la cara y responden a un estímulo, a una cultura que, en ausencia de la educación del Estado, se ha extendido y se reafirmará si pretendemos, como con las drogas, “sanar a la sociedad” a punta de prohibiciones.
Prohibir el narcocorrido será como mandar quemar las fotos de María Sabina porque algunos gustan de los hongos alucinógenos, o prohibirle la entrada a México al compositor de jazz Bobby Mc Ferrin por haber escrito Don’t Worry Be Happy –canción inspirada en el poeta, músico y gurú Meher Baba– sólo porque algunos la relacionan con el estado que provoca la mariguana.

¿Y LA LISTA DE DESAPARECIDOS?

PUBLICADO EN SINEMBARGO.MX

Algunas organizaciones suponen que de diciembre de 2006 a la fecha habrá unos 10 mil desaparecidos en México a causa de la guerra contra las drogas de Felipe Calderón; otros dicen que el número puede llegar a los 30 mil. El único dato fiable es que no existen los datos fiables –y mucho menos oficiales– que permitan calcular de qué tamaño es el drama.
En un intento por responder a las demandas de las familias, el gobierno de Durango dijo a finales de mayo de 2011 que intensificaría la búsqueda de las llamadas narcofosas, cementerios clandestinos en los que el crimen organizado ha confinado los cadáveres de sus víctimas. “No queremos que busquen narcofosas. ¿Qué tipo de respuesta es esa? Queremos que encuentren a nuestros desaparecidos y los traigan con vida”, respondió una afligida madre en uno de los mítines de la Caravana del Consuelo que encabezó Javier Sicilia. El poeta insiste en que una de las muchas respuestas que tiene pendientes el gobierno federal con la sociedad, es cómo va a responder a los miles y miles de mexicanos angustiados que quieren saber en dónde están sus familiares.
Por los cementerios clandestinos encontrados hasta hoy se puede suponer que los miles de desaparecidos provienen básicamente de tres grupos: los civiles que fueron secuestrados, “levantados” o enrolados a la fuerza por alguno de los bandos del crimen organizado; los migrantes que salieron de sus comunidades en México o en otros países y que fueron extorsionados, muchas veces obligados al trabajo forzado y luego fusilados; los sicarios o miembros de los cárteles que son capturados, torturados y luego ejecutados y enterrados en predios de las ciudades o en el campo.
Algunas organizaciones civiles, principalmente las de derechos humanos nacionales e internacionales, suman un grupo más. Sostienen que no hay que descartar la posibilidad de que entre esos desaparecidos estén los capturados por alguna fuerza federal o local. Esta acusación es muy seria, porque hablaría de ejecuciones sistemáticas que vinculan, tal cual, a la Policía Federal, al Ejército, a la Marina y/o a policías municipales y estatales.
Otros dicen que entre los desaparecidos hay una larga lista de elementos de las policías locales, e incluso tropa del Ejército mexicano. De los primeros se habla de muertos o prófugos; de los segundos, de deserciones.
En la primera semana de junio pasado, durante la XXV Conferencia Nacional de Procuración de Justicia, el tema brincó a la mesa de los procuradores estatales. En el evento estuvieron el secretario de Gobernación, Francisco Blake Mora, y la procuradora general de la República Marisela Morales. Allí se encargó al contralmirante Horacio Fourzán Esperón, titular del Centro Nacional de Planeación Análisis e Información para el Combate de la Delincuencia Organizada de la PGR; a Jorge Lara Rivera, subprocurador Jurídico y de Asuntos Internacionales de la PGR, y a Jesús Montejano Ramírez, procurador general de Justicia de Michoacán, crear protocolos que permitan la generación de una base de datos nacional y confiable sobre los desaparecidos en México.
A más de 4.5 años del inicio de la administración del presidente Calderón, pareciera que el gobierno no tiene interés en responder a las familias mexicanas que sufren. Los desaparecidos no están en el lenguaje de Genaro García Luna, de las fuerzas armadas o del propio mandatario.
La omisión o la negación a armar esta base de datos que nos diga cuántos mexicanos está desaparecidos sólo se explica en el contexto político: para el gobierno federal implicaría oficializar una cifra que sólo suponemos. Significaría, también, reconocer que nunca en la historia de este país hubo tantos desaparecidos. Pero eso no le va bien a los que calculan votos, a los que piensan en su imagen antes que en aquello que exigen los mexicanos.
El manejo político de los desaparecidos confirma que todo en este sexenio se ha movido en función de los votos y la imagen pública. Igual que el inicio mismo de la guerra: Calderón confirma a diario que se fue a las calles con el Ejército y la Policía Federal para congraciarse políticamente con los que lo rechazaban después de la elección de 2006. Y ahora esconde los muertos o desaparecidos para no tener que dar la cara, aunque le cueste a su partido, el PAN. Eso creo.
También creo que si el gobierno de Calderón se obstina en no reconocer a los desaparecidos, se confirmará que estamos frente a una administración federal que sobrepone su interés político al dolor de las víctimas de esta guerra idiota, lanzada de manera idiota, sostenida con obstinación con una estrategia idiota y por un orgullo idiota que desangra a los mexicanos.
Lo que Felipe Calderón no ha calculado políticamente es que las familias de los desaparecidos no se irán a su casa, como se va después de un funeral. Al igual que las madres de la Plaza Mayo en Argentina, darán vueltas y vueltas y vueltas en busca de una respuesta satisfactoria y no sólo en este sexenio, sino durante muchos sexenios más. Incluso cuando Calderón esté lejos, muy lejos ya de Los Pinos, disfrutando –como cualquier otro ex presidente mexicano– los beneficios de haber alcanzado, haiga sido como haiga sido, la cresta del poder.

VERDADES A MEDIAS

PUBLICADO EN SINEMBARGO.MX

“No se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera más que duró lo que vio: multitud en busca de ídolos en busca de multitud, rencor sin rostro y sin máscara, adhesión al orden, sombras gobernadas por frases, certidumbres del bien de pocos, consuelo de todos (sólo podemos asomarnos al reflejo), fe en la durabilidad de la apariencia, orgullo y prejuicio, sentido y sensibilidad, estilo, tiernos sentimientos en demolición, imágenes que informan de una realidad donde significaban las imágenes, represión que garantiza la continuidad de la represión, voluntad democrática, renovación del lenguaje a partir del silencio, eternidad gastada por el uso, revelaciones convencionales sobre ti mismo, locura sin sueño, sueño sin olvido, historia de unos días”.
–Carlos Monsiváis, Días de guardar.

Si alguien se hubiera dormido del 1 de diciembre de 2006 a la fecha y quisiera saber de qué se perdió, estoy seguro de que muchos de nosotros preferiríamos no entregarle la historia completa de estos días. Mejor sería, pensaríamos de botepronto, sugerirle que volviera a la cama en paz. Y arrullarlo con medias verdades.
Porque sí hay un México vendible; ese al que recurren el gobierno federal, ciertos periodistas y algunos analistas. Hay indicadores de un país que pareciera transitar por una “normalidad” económica o democrática. Y si se quiere entrecerrar los ojos, como le hacemos los miopes, podemos advertirlo.
Puede hablarse de la macroeconomía, por ejemplo. Es cierto que en este sexenio no repetimos las crisis cíclicas. Y aunque no hemos llegado a 2012 y al temible 2013, hay buenas reservas internacionales y un calendario de vencimientos “cómodo” para no poner nerviosos a los inversionistas aún frente a las tensiones estacionales (como las que provocan los procesos electorales), o las inesperadas. Llegar a una contingencia como las que se repitieron desde los años 1970 hasta ya entrados los 1990, es casi imposible hoy. No por uno u otro gobiernos; fue a punta de recetas amargas, Fobaproas y candados que la comunidad internacional aprendió la lección, aunque nunca, nunca, nunca debe decirse nunca.
Podemos hablar de crecimiento sostenido si obviamos los años en los que Agustín Carstens se equivocó en sus cálculos y nos hundimos por la recesión internacional como nadie en el contingente. Los flujos de capital extranjero están más o menos estables. Hay buenos ingresos por turismo o por las remesas que envías nuestros sufridos connacionales desde Estados Unidos.
Hasta aquí, digamos, las cifras macro y algunos datos en bruto que permitirían a cualquiera dormir en paz.
Ya alargando el argumento, es de presumir que el silencio de los ciudadanos ya no es posible en este país (hoy existen Twitter, Facebook y otras redes sociales). Y en el borde de la verdad, ya casi en la mentira, se puede decir que las mismas tendencias de migración han cambiado y que “la gente no se va al norte: ahora huye del norte y procura entidades que antes se calificaban de inseguras, como el Distrito federal” (imagino el diálogo para ese personaje al que arrullo).
Podemos afirmar incluso, coqueteando con el engaño, que el viejo clamor ciudadano de más elementos policiacos por habitante se ha cumplido. Y para darle fuerza a esta afirmación, se puede decir que un súper policía tiene la cartera más importante de la administración pública federal y que la huella que dejará en las futuras generaciones será profunda.
También se puede afirmar que las cifras de empleo no están mal, incluso que andan en el promedio de la OCDE; sin embargo, hasta este que se durmió desde diciembre de 2006 sabría que un país en vías de desarrollo como el nuestro requiere, para saldar las cuotas históricas, generar más oportunidades que las naciones del primer mundo. Y aquí empiezan, en realidad, los problemas para ocultar las medias verdades: promediarnos con los países desarrollados permite vender cifras alegres, pero para nadie es un secreto que un crecimiento como el nuestro no rescatará a los 40 millones de miserables.
Tener un visión medianamente alegre de México es posible. Sin embargo, alargar más este argumento necesariamente requerirá el ocultamiento, o la vil mentira.
Nadie ha referido, por decir, la palabra “guerra”. Nadie se ha hablado de términos como “genocidio”, “exterminio”, “cementerios clandestinos”, “desesperanza” o “descabezados”, “violación de derechos humanos” o “militarización”.
Nadie se ha referido a los territorios en manos del crimen organizado, a los pueblos tomados por los narcos o al término que más repatea al gobierno federal: Estado fallido. Nada de eso.
Tampoco se ha dicho que los monopolios se han acentuado; que los índices nacionales e internacionales señalan que la corrupción aumentó de diciembre de 2006 a la fecha. Nadie mencionó a Televisa, a Carlos Slim, a un IFE en manos de los partidos, a Elba Esther Gordillo o a la casi anulación de los organismos de transparencia como el IFAI, la Secretaría de la Función Pública o la Contraloría Superior de la Federación.
Nadie se ha referido, tampoco, a las miles y miles de viudas, a los miles y miles de huérfanos, o a la cifra incuantificable de desaparecidos.
Nadie ha hablado de 40 mil muertos, producto de una guerra idiota.
Si alguien se hubiera dormido del 1 de diciembre de 2006 a la fecha y quisiera saber qué sucedió en estos pocos años, una persona honesta le diría que durmiera una década completa más o que aceptara su realidad: sólo los caradura podrán dibujarle un mejor país. Y los hay, a pasto: aparecen, todos los días, en la televisión; se atreven, también a diario, a poner sus mentiras por escrito.

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