Recuerdo que a los 10 años me llevaron al peluquero y yo era tan chaparro que sobre el asiento puso un cajón de plástico, de los que se usaban para nueve frascos de leche, y allí me sentó. Se llamaba Cuco Valtierra y su peluquería estaba sobre la calle de Niños Héroes, en la Colonia Melchor Ocampo, en Ciudad Juárez.
Recuerdo que en la tele pasaban la llegada del Papa a México. Tele en blanco y negro, ovalada. Juan Pablo Segundo me llamaba mucho la atención, pero Don Cuco no explicaba quién era ese personaje de blanco y tan raro, sino que hablaba mal de “esos gachupines” y del Presidente, José López Portillo. Recuerdo que yo tenía miedo a que, en un arranque de ira, me volara las orejas.
Recuerdo que no existían los cholos. Había Pachucos de la Termo, Harppies XXIII, Harppies XXX y Pachucos de la Chaveña. El barrio era bravo y le decíamos “la Malechor Ocampo”. De cuando en cuando se agarraban con palos, piedras y cadenas enfrente de nuestra casa, en las vecindades.
Recuerdo la tienda de don Saúl y la panadería, cerca de la Escuela Primaria Luis Cabrera. Recuerdo el sabor de las tostadas con chile, mucho: chile en polvo, limón y una salsa verde cuyo sabor no se me ha borrado hasta hoy. Era una salsa hecha con jalapeños hervidos con ajo. Ahora lo sé porque un día, por chiripada, descubrí el sabor. Desde entonces y hasta hoy no me atrevido a volverla a preparar –aunque conozco su secreto– porque prefiero el recuerdo íntegro.
Recuerdo a mis hermanas corriendo por la casa y a mi hermano hablando de una niña de la misma calle. Recuerdo un tiralilas hecho con un globo y el pico de una botella de plástico, y a mi mamá diciéndome que me iba a sacar un ojo.
Recuerdo una nave espacial de latón, un caballo de palo y mi primer sueño: ser el Llanero Solitario.