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DARDOS: ¡CORRE, MARISOL!

¡Corre, Marisol! Sí, que corra Marisol Valles García, la directora de Seguridad Pública del Municipio de Praxedis G. Guerrero. Pretendió darle una vuelta a la labor de la policía en ese hermoso páramo llamado Valle de Juárez; darle un rostro que no fuera el del castigo, el de la guerra. Híjole, con cuánta ilusión. Pobre. Ahora inició un proceso para solicitar asilo político en Estados Unidos porque recibió amenazas de muerte y, ¿sabe qué?, porque seguramente la iban a matar, como han matado a decenas de activistas y gente de bien en Chihuahua y en otras latitudes de México gracias a la penosa ineptitud de las autoridades o por su complicidad.
Apenas en noviembre del 2010 había asumido el cargo. Tiene 20 años y un bebé de meses.
En diciembre pasado, Mara Muñoz escribió en Día Siete: “Marisol Valles espera El Porvenir cada sábado desde hace tres años, pero su rutina cambiará pronto: en dos meses será licenciada en Criminología, dejará de viajar a las seis de la mañana desde Praxedis para asistir a la Universidad sabatina en Ciudad Juárez, de aguardar bajo el calor extenuante de la tarde en el desierto por alguno de los camiones blue bird 1980 que llevan en el chasis el nombre de su ruta”.
Pero eso es ya cosa del pasado.
¡Corre, Marisol! Sí, que corra. Porque este gobierno ha desatado una guerra que no puede controlar, y miles de mexicanos pagan con su sangre. ¡Corre, Marisol!, porque te matarán a ti y a tu hijo y a todos los tuyos, como ya lo vimos hace unos días con otros. ¡Corre, Marisol, huye!, porque en este país no hay justicia. ¡Corre, Marisol, corre por tu vida!, antes de que tu sangre llene las banquetas y tu memoria sea una historia más, un número más en la larga lista de los caídos. ¡Corre, Marisol!, porque no supimos defender tu causa. ¡Corre, Marisol! Huye de este país sin ley. Llévate contigo el sueño de justicia social. Corre, Marisol, que este no es un país para lanzarse a ser héroes. ¡Corre, Marisol, corre! Sálvate. O tú, y tu hijo de meses, y toda tu familia morirá. Ya lo vimos.
Huye, fragilísima, breve Marisol, que las bestias no te merecemos. Huye, que en este país no vienen tiempos mejores.
Corre y no veas para atrás, porque nos da vergüenza.
Uf. Me atrevo a repetir un texto que publiqué hace sólo unos meses en No Incluye Baterías (Cal y Arena 2010). A Marisol le dedico flores, a los que nos quedamos acá, estos párrafos.

La estrategia Equivocada.
1. Cuando llegamos al domicilio que dijeron por la radio de la policía, un muchachillo de unos 14 años lloraba y se cubría el rostro con ambas manos. Se encontraba sentado a la orilla de la banqueta. Minutos después arribaron los agentes y le preguntaron y respondió, sin encubrir un solo dato. Dijo que su mamá les dejó dinero para comprar pan blanco y prefirieron un Gansito. Cuando volvieron de la tienda a casa, él y su hermano de 16 se lo pelearon. Él tomó un picahielo para asustarlo. Se lo clavó en el corazón. Observé el Gansito sobre un charco de sangre a un lado de la cama, y al otro jovencito tendido, con los ojos perdidos y la boca abierta, muerto. La madre no se enteró de inmediato: ¿Cómo avisarle, si estaba perdida en el mar de maquiladoras?
2. Miguel Perea, foto reportero que hizo periodistas a varios de nosotros, me alertó: “No entre, compadre. No lo va a soportar”. Entré. La historia es breve: el marido, sin empleo, había ahorcado a su mujer en un arranque de celos porque era ella quien proveía el sustento; no él. Escondió el cuerpo debajo de la cama. Ella estaba embarazada de muchos meses. Él llamó a la policía y esperó en la vecindad. En su presencia movieron el cadáver hinchado. Se reventó. Duré casi 10 años sin comer arroz.
3. Su delito: ser homosexual. P. O., un viejo reportero policiaco, corrupto como pocos, me tomó la mano y dijo: “Tóquele, güero. Qué chichis”. Los agentes y los periodistas se tomaron fotos manoseando al individuo (para entonces una chica), que además era la gran novedad: se había cambiado de sexo. La cacheteaban, la pateaban. Esas fotos duraron años pegadas en el laboratorio fotográfico del periódico. Después vi cómo los judiciales estatales o los policías municipales hicieron lo mismo con sexoservidoras. Y sepa Dios con cuántos más. Arrastraré esas imágenes el resto de mis días como un mea culpa.
4. La mujer que se amarra con sus hijos y se tira al Río Bravo porque no tiene para darles de comer. La horda de tecatos (heroinómanos) que viola a una anciana, enferma mental. Los que perdieron la vida porque quemaron raticida en las cucharas. Los miles de jóvenes sin empleo y sin escuela que se unieron gustosos a los Pachucos Termo, a los Pachucos 30, a los Harpys 13 y a otras pandillas que después se fundieron en un solo concepto: los cholos. (Mamá nos sacaba de las calles cuando se agarraban a cadenazos. Puf: a cadenazos).
Viví esto y otras cosas como reportero policiaco en Ciudad Juárez. Eran los años 80. Aún en medio del luto humano, aún en aquel subsuelo, la gente vivía con los ojos transparentes.
Lo que desprendo de ese Juárez es que desde entonces pedía un poco de cariño. Educación, cultura, salud, transporte, avenidas, verdaderos policías. Drenaje. Foquitos en las calles y vigilancia para que las chavas no fueran secuestradas, violadas y asesinadas camino a sus trabajos o a sus casas. Pedía banquetas, parques, árboles, campos de beisbol, bibliotecas. Juárez pedía algo de dignidad, algo que le hiciera sentir que no estaba solo y que era parte de una Federación.
Pero no. La “ayuda” fueron vehículos artillados, armas. Balazos y sangre. Guerra al narco. Qué tontería. Qué irresponsabilidad. Esas miles y miles de almas muertas perseguirán para siempre a los que cometieron el error. Ah, políticos. Qué pueblo más miserable somos. Y no tendremos perdón si no le reclamamos a quienes nos llevaron a la cultura del odio en lugar de responder con lo que el país pedía: empleo, dignidad. Poco de cariño. No balazos. Los narcos estaban allí, hombre, a la vista de todos. Eran comandantes judiciales, eran policías, eran ciudadanos (o lo son). Les anunciaron que iban por ellos y no se fueron: desde la clandestinidad, les ganaron por lo menos una guerra: la de resistencia. Y miles de inocentes pagan y seguirán pagando, porque esto no terminará con este sexenio. Este no es como el desfile del Bicentenario o los cuetes que tronaron el 15 de septiembre; no es una obra de relumbrón.
Ah, políticos insensibles. Ah, policías y periodistas corruptos. Sedientos de plata, plomo y notoriedad. A ver, ¿en dónde están los estudios que sugerían -uso como ejemplo mi ciudad, pero se aplica al país entero- que Juárez requería una invasión de fuerzas federales? No existen. Si existieran, ya los habrían mostrado. Sin embargo sobran los análisis que alertaron desde hace décadas que la frontera se descomponía socialmente. Décadas en manos del PAN, por cierto; la ciudad es gobernada por PAN-PRI desde 1983. Los estudios que advertían que Juárez (como muchas regiones del país) requería atención social sirvieron un carajo. Allí están, en universidades y organizaciones nacionales y extranjeras. Los escribieron especialistas y periodistas (por espacio les doy un ejemplo: “El laboratorio del futuro”, de Charles Bawden).
Pero no. Ante la enfermedad social que representan el consumo y la venta de drogas, balas y muerte. Castigo. Qué tontería. Cuánta irresponsabilidad. El olor de esa sangre habrá llegado al techo del mundo. Y esa sangre, que tiene culpables, exigirá justicia.
Tony Payán, investigador de Georgetown, calcula que el barrio en el que pasé gran parte de mi vida joven (Las Margaritas) está al 40 por ciento; la guerra lo ha vaciado. Hasta los boleros pagan cuotas a los extorsionadores. Desapareció la vida social. El periodismo se ejerce a salto de mata y los funcionarios honestos hacen lo que pueden desde cuatro paredes. Lástima que se haya arriesgado el prestigio del Ejército mexicano sin una estrategia. Lo he escrito antes y lo repito otra vez: creo en su carácter popular, creo en la Institución. En quien no creo es en los políticos.
Hoy, a casi cuatro años de lanzada la guerra y con algo así como 9 mil muertos, mi ciudad está en manos de la delincuencia. A veces me gana la tristeza, reconozco. No puedo dejar de denunciar la tragedia (prefiero arrancarme los ojos). No puedo. Por lo menos esa factura a mí no me la cobrará la historia: que se la cobre a las hienas.

7 comentarios

  1. te leo y se me enchina la carne. No sólo durante un minuto… todavía está erizada mientras te escribo. Y no, no te arranques los ojos, nos hace falta tu mirada.

  2. Que hermosa es la tristeza de tu historia!

    La mujer que se amarra a sus hijos y se tira al río bravo somos todos los que nos ahogamos en este sinsentido.

    Me encanta tu historia, quisiera publicarte en mi blog y a tus artículos relacionados.

    Por favor dime cuales son los pasos a seguir. Te mando un fuerte abrazo.

    May*

  3. Que estrujantes historias, Alejandro. Qué fortaleza de compartirnos esto que tus ojos han visto que tu nariz ha olfateado. Es una pena que sigamos en el plano de lo insensible. ¿Habrá en algún lugar un refugio para aquellos que siguen soñando como Marisol? ¿Sólo queda Estados Unidos? Adónde nos queda ir a ¿marte? o a la luna de Kubrick. Gracias por estas letras.

  4. espeluznantes historias, te hacen sentir que estás ahí… lástima de mi México querido…

  5. Se nos achicharra el corazón… pero aún late fuerte. (“…all the kids are insane”)

  6. Marisol es uno de los rostros con nombre que todos conocemos y que antes que ella y después de ella se han ido y que se seguirán yendo. Tus historias nos dan razones a ambos para entender, desde tu mirada, esta tremenda realidad que nos toca vivir.

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